La reproducción es una función esencial de los seres vivos mediante la cual se originan otros seres semejantes a ellos de su misma especie (1).
A toda persona que es incapaz de reproducirse se la viene definiendo como estéril y si no consigue llevar a término un embarazo como infértil; categorías científica que en el siglo pasado y en la jerga popular fueron sinónimos de: seca, yerma, etc.; con el dedo acusador siempre apuntando al mismo genero, el femenino.
El término esterilidad, científicamente referenciado, aparece en tratados del siglo XVII como, por ejemplo, De Sterilitate Utriusque Sexus de Jean Hucher, Observations diverses sur la stérilité de Louise Bourgeois, o De Sterilitate de Martin Naboth (2). Sin embargo, en los últimos tiempos el término infértil se ha impuesto al de estéril para definir ambas situaciones y no solo en el plano coloquial (relación medico/paciente) sino también en las sociedades científica (Sociedad Española de Fertilidad, por ejemplo). Otras sociedades han ignorado ambos términos y han optado por una terminología más acorde con los tiempos que corren, a fin de englobar en nuestra especialidad otros aspectos de la ginecología y de la endocrinología reproductiva. Así, la Sociedad Americana de Fertilidad y Esterilidad pasó a ser la Sociedad de Medicina Reproductiva (ASRM) y la sociedad europea (ESHRE) nació ya como Sociedad para el Estudio de la Reproducción Humana.
Al margen de categorías académicas y otras consideraciones, lo cierto es que al día de hoy estos dos términos (infertilidad y esterilidad) están obsoletos, son restrictivos, mal percibidos por la sociedad y avergüenzan a quien lo padece (3, 4). Además, proceden de una época en que ser estéril era serlo de verdad; es decir, sin posibilidad alguna de conseguir descendencia; todo lo contrario a lo que en la actualidad ocurre, en la que más de un 70% de las parejas infértiles lograrán tener descendencia gracias a los avances en la medicina reproductiva. Es decir, hay una evidente contradicción entre el término (esterilidad/infertilidad) y el resultado (embarazo).
Por tanto, ¿no es tiempo de buscar una nueva definición que las sustituya, que esté más en concordancia con los resultados de la medicina reproductiva y sea menos peyorativa para los/as pacientes?
Volvamos a la definición de reproducción. “La reproducción es una función esencial mediante la cual se originan otros seres semejantes a ellos de su misma especie”. En mi opinión hay en ella un término que podría ser la alternativa al uso de esterilidad/infertilidad. Es la palabra función.
Para ejercer correctamente la función de reproducirse hay que ser fértil y en consecuencia, en los casos en que hay una desviación en la correcta función de la reproducción nos encontraríamos ante una “disfunción de la reproducción” o ante un ser que es “infértil”. Por tanto, tenemos dos términos a elegir para referirnos y catalogar a nuestros pacientes. Uno basado en el origen del problema, que es la disfunción, y el otro en el resultado del problema, que es la infertilidad. En mi opinión, el criterio a seguir para el uso de uno (disfunción) u otro (infértil) en la clínica diaria, debería pesar más los conocimientos y resultados que nos ofrece hoy la medicina reproductiva y menos el empirismo del pasado.
Por tanto, lo más lógico sería decirle a las/os pacientes que lo que padecen es una disfunción reproductiva (idiopática, ovárica, tubárica, uterina, inmunológica, masculina, etc.) y no una infertilidad, que además de la carga emocional y peyorativa que el termino conlleva se relaciona más con fracaso y discapacidad a ejercer una función. Un ejemplo muy ilustrativo de cómo la actitud y el animo de los pacientes puede cambiar ante un termino que es verbal y socialmente vergonzante; es el de la disfunción eréctil. En este caso, la llegada de un tratamiento revolucionario y resolutivo (sidelfanilo) vino acompañado de un cambio terminológico (“impotencia” por “disfunción”); que no solo elevó la autoestima de los pacientes que lo padecían, si no que también situó dicha patología ante la sociedad, la familia y los amigos en un plano de naturalidad.
Esta concurrencia (patología y percepción) no se ha producido en el caso de las técnicas de reproducción asistida (FIV), que habiendo dado un vuelco total al tratamiento de la infertilidad, no ha venido acompañada de un cambio sustancial en las actitudes y las percepciones de quienes lo padecen y en parte de la sociedad que los observa y los juzga. Yo espero, que con el cambio de “infertilidad” por “disfunción reproductiva” esa complicidad benevolente entre paciente y sociedad ocurra, y en el futuro nuestros pacientes consulten por una disfunción reproductiva que acarrea infertilidad.